jueves, 1 de agosto de 2019

LA RECONSTRUCCIÓN DE EL TOCUYO ; tras el terremoto José María Giménez

Jose Maria Gimenez
   
     Desconcertado por los contratiempos volví a El Tocuyo y cuando recorrí sus calles las encontré diferentes a las de mi infancia y con muy pocos amigos a los que dejé en mi ausencia. 
Encontré a El Tocuyo convertido en un hervidero de polémicas opiniones con respecto al destino de la ciudad.
     Unos aconsejaban mudar la urbe de su primitivo asiento y reedificarla al norte de la Quebrada de Barrera, para conservar las ruinas como atracción turística, en una burda imitación de Pompeya.
Las personas cuyas casas no sufrieron mayores daños alegaban que era un crimen destruir la ciudad porque la mayor parte de la población tenía muchas casas habitables.

     Y los viejos apegados a la tradición con criterio conservador opinaban que arrasar la ciudad era un atentado contra su fisonomía colonial que era el más caro orgullo de los tocuyanos.
Pero el Gobierno no atendió los razonamientos de la ciudadanía y decidió proceder de acuerdo con las recomendaciones de expertos urbanistas traídos de Caracas, quienes después de una serie de estudios planificaron construir una ciudad moderna y de estructuras antisísmicas por las características de la zona.

     Una protesta unánime surgió de las viejas generaciones que estaban dispuestas a reconstruir sus casas a expensas de su dinero.
El Gobierno creó una Junta Pro-Reconstrucción de El Tocuyo, la cual se encargó de administrar los considerables recursos aportados por Institutos Oficiales, empresas privadas y hasta donaciones que llegaron de los países vecinos.
     El Ministerio de Obras Públicas empezó a enviar tractores, grúas, palas mecánicas, etc. para los movimientos de tierra y empezaron la triste faena demoledora.

     Al empezar a derribar las casas se presentaron escenas impresionantes porque muchas familias eran obligadas a desalojar sus ruinosas viviendas que todavía utilizaban y salían llorando porque no tenían otro techo para guarecerse.
    Los tractores arrasaban cuanto encontraban a su paso y caravanas de camiones transportaban los escombros de la ciudad hacia un sitio llamado Las Llanadas.
Aquel movimiento de maquinarias hacía un ruido ensordecedor que aturdía a la gente.
       De inmediato el Gobierno empezó a construir barracas provisionales en las afueras de la ciudad para reubicar a los afectados por la tragedia, eran manzanas de viviendas contiguas con techos de láminas de zinc y armazones de tirantes de madera.

      A manera de que fueron construidas se ocuparon con los más urgidos de alojamiento. Al principio reinó una satisfactoria tranquilidad pero finalmente sus ocupantes se encontraban incómodos con el hacinamiento y empezaron a quejarse de tal incomodidad.

     Diariamente se formaban riñas entre los vecinos por los más insulsos motivos y los hombres nos hacíamos de la vista gorda porque para nosotros el caso tenía un aspecto diferente.
El terremoto había destruido nuestras fuentes de trabajo y la ociosidad nos inducía al consumo del licor.
      Por las noches nos reuníamos a tomar aguardiente en cualquier barraca vecina hasta el amanecer, pero un día nos informaron que el único edificio que había resistido a la sacudida del terremoto sin dañarse era el Club Concordia.
     El Comando de la Guardia Nacional instaló en el patio interior una enorme carpa de lona para los recursos de emergencia.
Se propagó la noticia y muchas personas sin ser miembros del Club empezaron a visitarlo con anuencia de la Directiva y al cabo de algún tiempo lo convertimos en lugar de tertulias donde pasábamos cordiales momentos improvisando sarcásticos epigramas, mordaces chistes y hasta coplas salpicadas de vulgaridades y ofensas.
     Yo fui el principal timonel de aquellas reuniones con las que tratábamos de mitigar la angustia en que vivíamos, los demás fueron los doctores José Rafael y Crispiniano Colmenares Peraza, Jesús María Montesinos, Carlos Rivero Carrasco, Chucito Colmenares, Jesús Morillo Díaz, Raúl Colmenares y José González.
      Muchos de ellos recuerdan con cariño aquellos simpáticos momentos y recitan de memoria los versos que improvisábamos en la euforia de la bohemia saboreando la nostalgia del pasado.
Nuestra asistencia nocturna era puntual y nos divertíamos hasta la hora de regresar a nuestras barracas.
     Un día se apareció José González llorando como un niño y nos participó que al día siguiente sería demolido el Templo de la Concepción y aquella noticia enardeció los ánimos de los presentes porque se trataba de la joya colonial más querida de la ciudad.
Para calmarnos nos informó que los ingenieros habían realizado un levantamiento de sus estructuras para reconstruir el Templo exactamente igual.
     Al calor de nuestro disgusto constituimos un Comité de Amigos de la Tradición de El Tocuyo presidido por José González que era el más ferviente celoso del patrimonio de la ciudad.
Nos trasladamos a la Iglesia, amarramos un cabestro del badajo de la campana mayor de la torre y pasamos tocando dobles, desde el suelo, en señal de duelo que significaba la desaparición del Templo Matriz.
     Era impresionante el tañer de la campana que repercutía en los ámbitos lejanos y las mujeres se ponían a llorar desconsoladamente.
     Al día siguiente, antes de la demolición de la Iglesia, hice un dibujo del Templo en ruinas y lo pegamos en la portada de un Libro de Actas que compramos para hacerlo firmar por los testigos presenciales del memorable acontecimiento, y al amanecer lo entregamos al Presidente del Concejo para que fuese conservado en los Archivos Municipales, el cual lamentablemente desapareció misteriosamente.
     Un grupo de bomberos llegó al Templo con sus equipos de trabajo y exigió a los curiosos retirarse para evitar tragedias.
    La multitud se divertía con las maniobras espectaculares de los bomberos saltando sobre las paredes ruinosas y amarrando cuerdas de acero en las cúpulas que al ser tiradas por los tractores caían al suelo como gigantescos pedazos de queso.

DESPUÉS DEL SISMO

Dedicado al Dr. Juan Ramón Barrios, con 
motivo de su sentido Vals “Pueblito Colonial”

El sol horrorizado en las colinas
se asoma a ver el trágico escenario,
es un montón de escombros y de ruinas
de un histórico pueblo centenario.

El río con sus corrientes cristalinas
corre igual por su cauce milenario
pues huyeron las pardas golondrinas
que rondaban tus viejos campanarios.

Pero a pesar de todo tú no has muerto,
surge del melancólico desierto
el brote azul de nuevas ilusiones.

Y tienes que vivir mientras exista
el alma soñadora de este artista
que te arrulla con versos y canciones.
El Tocuyo, 1951

Aquella sucesión de acontecimientos adversos torpedearon el rumbo normal de mi vida y me dejaron un trauma psíquico que me afectó por muchos años. A pesar de que fueron restableciéndose las actividades de la ciudad, yo persistía vagabundeando como sonámbulo por los arrabales y fraternizaba con gente desconocida.
Me entregué a la bebida diaria irresponsablemente con el consiguiente sufrimiento de mi familia, sobre todo de mi esposa que asumía los deberes hogareños.
Ella soportaba en silencio mi reprochable conducta y trataba de disimular mi consuetudinaria bohemia.
A su familia le molestó tanto mi degenerada actitud que llegó el momento que fue aconsejada de que me planteara el divorcio porque me consideraban un caso perdido.
Por fortuna y para bien de nuestros hijos, esperó resignada mi regeneración.

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